domingo, 21 de febrero de 2016

SONORIDAD ESPECIFICA Y UN POCO DE CRÍTICA.

Soy neologismos, soy anglicismos. Determinismo y optimismo. El buenismo de decir lo mismo. Hago turismo por el conformismo. Creo en el esoterismo y en el agnosticismo. Fuera del alcoholismo. Siempre con el compañerismo: para todos, favoritismo. Pedantismo y narcisismo, casi onanismo. Encarno el acromatismo.

Soy un nihilista revisionista, un analista anarquista. Con una opinión elitista no muy bien vista. Coleccionista de vistas, experto paisajista. Artista cubista que dibuja sobre aristas. Un vitalista, humanista y dualista.

Soy una errata con corbata escarlata. Soy de hojalata barata pero nada me mata, nada me ata. Nada me desata. Mi fogata, siempre nonata. Balas de plata de vida corta y barata.


Soy un ser determinado de la sociedad diferenciado, no engañado ni manipulado. Las normas he burlado. He pensado, reflexionado. Pero en lo no proyectado, soy un ser varado en lo hastiado de no haberse realizado. Engañado por el legado de todo lo por mí creado. Asediado, amurallado, reflejado en el llanto del pasado, silenciado e ignorado.

miércoles, 13 de enero de 2016

Dos palabras

No me gusta hablar de esto. Lo odio. Odio hablar de esto y odio ver que hablan de esto. La red está saturada. Cuentas de Twitter, Facebook, Instagram, canales de Youtube, páginas webs enteras, foros dedicados a ello. La red está saturada de gays hablando de ser gays y gays siendo gays. Por eso no me gusta. Es como la sobreinformación. No quiero publicar una entrada en mi blog sobre el tema. Tema en el que dejarás de encontrar cosas nuevas tras una liviana búsqueda. Pero hoy me veo en la obligación de hacerlo. Por mí y por otros.

Quiero dejar claro que soy un tío normal que a día de hoy tiene que convencer a cada persona que conoce de su sexualidad; la mía, no la de ellos. Por suerte o por desgracia nunca me creen y he tenido muchas charlas al respecto. Sigo invicto en el concurso de eructos de mi instituto de secundaria. Dibujo pollas en la pizarra de la nevera de mi piso compartido. No escucho a Lady Gaga, ni me gusta ir de compras. De hecho me quejo más cuando toca hacerlo que los maridos de las señoras, esos que se sientan en los bancos de los centros comerciales a esperar. Con esto quiero decir que, fíjate, no todo se limita a ser el cliché de su minoría. No todos los negros roban. No todos los judíos saben llevar bancos. Por favor, no clasifiques esto dentro de la categoría “loquesea gay”, como en esos absurdos apartados de “literatura gay”, “cine gay”, etc. Esto no es así. Esto no es la historia de un gay que se va de su pueblo o que quiere perseguir su sueño de bailar. Eso ya está contado. Reconozco que puedo llegar a parecer muy homófobo, y si me conoces lo sabrás. Tengo un humor muy negro y opiniones muy controvertidas, y prometo ser muy cáustico y explicar ciertas cosas en otra entrada, pero no en esta.

Esta entrada va a ser larga, no va a interesar a casi nadie. Pero estoy seguro de que si la necesitas, la leerás hasta el final.

Hoy en Instagram ha salido del armario el actor Charlie Carver. ¿Como tantos otros? No. Ha sido distinto. Ha publicado algo que me ha removido por dentro. Ha relatado a la perfección un sentimiento que creo que es universal a todos los gays. Contaba, entre otras cosas, la dificultad de decir en voz alta “Soy gay”. Dos palabras. Dos simples palabras.
Ahora miro atrás y me río, pero el 31 de Marzo de 2013 lo pasé muy, muy mal. Ese día salí del armario. En mi caso fue un poquito más difícil de lo que imagino que fue para muchos otros, aunque infinitamente más fácil que en los casos que de verdad importan. Desde bien pequeño lo he sabido. Si se puede decir que lo sabes, porque en realidad no sabes nada. Me parecían muy bonitos los brazos de los amigos de mis hermanos mayores. Y una cosa llevó a la otra. Crecí con eso y me vi de pronto con la edad suficiente para comprenderlo. Ahí sí que lo sabía. Y sabía que no era lo normal, entendiendo normal como frecuente, por supuesto. Por suerte nunca tuve ningún sentimiento de culpa como sé que en otros casos suele pasar. Siempre he tenido la cabeza bien amueblada por las típicas arrugas en el pañuelo de la vida que a cada uno le toca sobrellevar. No era el momento de decirlo. Me guardé mi sexualidad, mis sentimientos, para mí solo. Esperé un par de años hasta que me di cuenta, sin ser consciente de ello, de que tenía que contarlo. Al principio no haces más que posponerlo. Después se convierte en una necesidad. Una etiqueta de la ropa que te irrita la piel. Un padrastro en una uña. Llega un momento en que la etiqueta te corta y el padrastro te sangra. Ese momento es cuando te miras al espejo.

Creo que casi todos lo hemos hecho, como programados por algo atávico y universal. Y, ante el inmenso público de nosotros mismo, hemos comenzado a pronunciar “soy gay”. Pero no puedes. No eres capaz. Es algo con lo que llevas viviendo toda la vida. Estás acostumbrado. Sabes que no es malo, ni mucho menos. Sabes que eres quien eres, que no influye, que no cambia nada, es solo un gusto. Como preferir las hamburguesas a las pizzas, suelo decirle a todo aquel con el que hablo y tiene problemas con identificar su sexualidad. El corazón te va a mil. Se te revuelve el estómago. Sientes tu propio miedo estrangulándote. Te oyes respirar más alto de lo normal. Dos palabras que no eres capaz de decir. Ese día es una mierda. No has sido capaz de decir en voz alta quién eres, una mera pieza que construye tu persona.

Durante un tiempo piensas mucho en ello y un día reúnes el aplomo para decirlo muy bajito, o como en mi caso, solo moviendo los labios. Un absurdo playback de tu propio miedo. Cuando consigues decirlo insuflando un poquito de fuerza por tus cuerdas vocales sigues temblando, pero te sientes orgulloso. Aun así te aseguras de que no hubiera vecinos en el rellano. Ya está. Hecho. La siguiente meta es contarlo. Y, por supuesto, lo pospones. Todo lo que puedes. Para encontrar el momento adecuado, te dices a ti mismo.

La verdad es otra. Es muy jodido decir en voz alta algo así. Sientes impotencia. Es totalmente equivalente a decir que te gustan las hamburguesas o que eres rubio. Y da igual que tu familia sea de una ideología de otra. Tienes miedo de decirlo. Barajas la idea de contarlo en la comida del domingo y, aunque tus padres seas de lo más liberal, te imaginas en un puente, en casa de tus tíos, a tu madre llorando, a tu padre apretando el puño. Toda tu vida puede cambiar. En algunos casos no tan afortunados como para la duda, sabes que tu vida cambiará si lo haces. Y sientes miedo. Sientes puto miedo. Estás solo en eso. Y sobre todo esto está flotando la impotencia. La puta impotencia. La puta impotencia de no tener los cojones de decir que eres gay ni siquiera en voz baja estando solo en casa por culpa de que hay gente que piensa que es algo despreciable. Por miedo a palizas, a comentarios (no olvidemos que lo normal es pasar esto en la adolescencia), a miradas, a que tus padres te echen de casa…

Esa pelotita que latía en tu interior explota y sabes que se acerca el momento. Valoras cada minuto 
como posible escenario. Pierdes oportunidades por miedo y te quedas ahí. Parado. Con la misma sensación que cuando sueñas que caes al vacío. Hasta que llega el día en el que sabes que ocurrirá. De hoy no pasa, te repites. Y lo haces. Personalmente no tuve suficiente estómago para decir esas dos palabras. Fui un cobarde y he de admitir que lo lamento porque hay muchas cosas, vidas, lágrimas e ideales detrás de esas dos palabras. Me gustan los chicos, le dije a mi madre, recién salido de la ducha tras haber salido a correr, a eso de las seis de la tarde, sentado en la mesa de la cocina donde me suelo sentar y mientras mi madre fregaba los platos de la comida con una camiseta blanca y un pantalón gris aquella tarde del 31 de Marzo de 2013. Soltó un vaso que estaba enjugando y se apoyó de espaldas a la pila. Cuando logré convencerla su respuesta me alivió, si bien no me pareció la más acertada, pero me lo reservo para ella y para mí. Me cubrió de besos y de abrazos. Y lloró de pura empatía. Era como si tuviera la capacidad de hacer que todas mis preocupaciones, mis miedos y todos esos momentos realmente malos por culpa de esas dos palabras se pudieran ir junto con sus lágrimas. Y con las mías.

Todos los demás fueron fáciles.

Al mes mi madre me sorprendió. “Desde que nos contaste lo tuyo, se te ve mucho más feliz”.
Ahora miro al pasado y me río de cada una de las veces que dije esas dos palabras en voz baja. Puedo gritarlo en medio de clase, o por la calle, hago chistes… Todo mejora, como reza la campaña It Gets Better.

Si estas en la situación en la que yo estaba hace un par de años y ya se te clavan las perchas del armario, cuéntalo. Qué fácil suena, pensarás. He pasado por eso, sé que es muy jodido, pero hay que echarle huevos y coger el toro por los cuernos. Es tu vida, no te la amargues por algo así. Un secreto así de grande te consume por dentro, puedo afirmarlo. Busca a alguien de confianza, que sepas que no va a reaccionar mal y cuéntaselo. Es como quitarte una mochila llena de piedras. Y no lo digo yo, lo dice gente que ha vivido más:



sábado, 21 de febrero de 2015

Birdman (la atrevida virtud de la ignorancia)

"Pues yo me he aburrido un montón" sentenció aquel señor entrado en carnes que lucía una pícara sonrisa al salir de ver Birdman. Se sentía orgulloso. No sé si de haber lanzado una crítica negativa, que siempre impresiona más que una positiva; o por haber sido capaz de desencajar el culo de la butaca. Pero no adelantemos acontecimientos.

Para empezar debo avisar de que si no has visto la peli, no deberías seguir leyendo o te haré spoiler. Si no sabes qué es un spoiler, ¿cómo coño has encontrado esto? Suelta el ratón lentamente y sin movimientos bruscos, el progreso te tiene más miedo a ti que tú a él.

Si bien esta obra de Iñárritu solo puede ser calificada de colosal sacada de chorra, no quiero hacer una crítica, solo un análisis de uno de los puntos que toca la película, el que a mi rubenesco amigo atañe.

En un determinado punto de la película, vemos al personaje de Michael Keaton discutiendo consigo mismo por la calle mientras su pasado le persigue. Si no eres mi obeso y descontento amigo del cine, habrás sido capaz de adivinar que Birdman AHÍ representa el cine que todo el mundo quiere ver, con más palomitas en la mano que ganas en el cuerpo de juntar dos putas neuronas, no vaya a ser que haya overbooking de sinapsis y el cerebro tenga que desviar impulsos nerviosos de la zona cerebral destinada a asegurar el rendimiento a la hora de cambiar de canal en la tele de Sálvame a la Copa del Rey. Ahora bien, para esta gente empieza lo bueno: Mientras Birdman nos cuenta que cree que Keaton debería volver a ponerse el traje porque "Es lo fácil, lo que el público quiere", mi mórbido amigo está más contento que el día que descubrió que los pantalones bombachos le quedaban de pitillo. ¿Por qué? Porque a la vez que el pájaro habla, hay cosas vuelan, cosas que se mueven rápido, cosas que explotan y cosas que se pelean.

Ahí es donde la gente con un mínimo de criterio oye a Iñárritu diciendo "Esto es lo fácil, lo que vende. Sé cómo se hace, y lo voy a hacer, pero solo cinco minutos, para que sepas que lo sé y para que sepas que no lo hago porque no me sale de mis huevazos mexicanos".
Cinco minutos y ya dice más que '8 apellidos vascos' en noventa.  Dice que "no explosivo" no es sinónimo de "aburrido". Dice que no pasa nada por que en una película no muera nadie. Dice que la gente se aburre con cualquier cosa que exija un poquito de esfuerzo para seguir la trama. Dice que el cine palomitero es mierda. Dice que a la gente le encanta la mierda.
Y todo esto lo dice poniéndole a mi amigo el de la papada un caramelito sabor Michael Bay en la boca, y luego quitándoselo; porque podría darle el caramelo y cobrarle 11 euros, pero no quiere. Quiere poder dormir por la noche sintiéndose una persona íntegra, y más aún si haciéndolo deja claro su punto de vista además de cabrear a unos cuantos gordos.

Y es por todo esto por lo que mi querido amigo, el que nunca pudo jugar al hula hoop, debería sentir vergüenza al haber pensado que, hasta entonces, la peli le había estado pareciendo aburrida. Pero lo malo de demostrarle a la gente tonta que lo es, es que como son tontos, no se dan cuenta de que lo son. Ahora un "la inesperada virtud de la ignorancia" sustituye al clásico "qué atrevida es la ignorancia" porque estoy seguro de que en cada sala de cine hubo no precisamente pocos gordos afirmando con una sonrisa que "se han aburrido un montón" cuando ni siquiera se dan cuenta de que la película que han visto trata sobre ellos.


domingo, 18 de mayo de 2014

El Síndrome de Los Sensibles

Últimamente cada vez que uso el término "gente" es en tono despectivo, y una de las razones más comunes es que parece que desde hace unos años la gente se ha vuelto muy sensible, y ha degenerado en una pandemia: Si una madre da un bofetón a su niño por cualquier mal comportamiento, la gente se abalanzaría sobre ella como hienas sobre un pedazo de carne putrefacta. Ahora bien, si la madre no hiciera nada ante tal comportamiento, el baño de críticas al que se vería sometida no sería menos suave.

Abercrombie le quita la camiseta a sus empleados y el mundo se vuelve loco.
Contratan a una chica para promocionar los toros haciendo topless y el mundo se vuelve loco.
No quiero cuestionar lo ético de estos asuntos, solamente quiero poner de manifiesto algo de lo que nadie habla nunca porque te echan a los perros en cuanto lo mencionas y das la nota discordante que no se ajusta a lo que ciegamente podría ser considerado moral por la mayoría, influidos por ese enorme montón de arquetipos que te convencen de que siempre ganan los buenos, de que hay que decir la verdad, de que todos podemos ser caballeros y de que todas podéis ser princesas.
Vivimos en un mundo en el que asociaciones como el AMPA crean partidos de fútbol escolares en los que no hay puntuación porque lo importante es participar. Estamos llevando la protección de derechos al proteccionismo. Por ejemplo, no hagas un chiste machista aunque por supuesto consideres a las mujeres iguales a todo el mundo, porque te verás abrumado por toda esa gente que se infla de moral y de lecciones defendiendo a la pobre chica que hacía topless (por voluntad propia) hasta el absurdo punto de convertir a todas las mujeres en un ser desvalido que necesita ser protegido porque no sabe defenderse. Nadie es menos que nadie y ahora mismo si hablas de un tema como es el machismo dando una de cal y otra de arena ante ese deformado escuadrón feminazi, te tildarán de machista y cosas peores.

Dejad que una chica orgullosa de sus tetas las enseñe, dejad que un chico orgulloso de su cuerpo lo enseñe, dejad que los niños se pelen las rodillas contra la tierra jugando al fútbol. Dejad de vivir amargados porque solo conseguiréis que la vida sea aún más hostil. Libraos de todos esos complejos que os han metido en la cabeza y aprended a disfrutar un poco de la vida. ¿O acaso no creéis que si esas personas no se ofenden y hacen esas cosas que tan indignas os parecen, es que el problema lo tenéis vosotros?

Dejad que el mundo decida sobre sus propias tetas y todos viviremos menos amargados.

domingo, 13 de abril de 2014

"Dios es el peor casero del mundo".

Hay que cuidar la ortografía. Una sola H puede marcar la diferencia entre un "Ay Dios" y un "Hay Dios" y estarías pasando de emitir un quejido lastimero a afirmar la existencia de algo tan malo como Dios.

Sinceramente espero que Dios no exista, porque si existe y algún día, cuando yo muera, decide concederme un juicio en un par de esos ajetreados minutos que ocupa observando con sadismo el mundo y cómo se destruye, tendría que darme unas cuantas explicaciones porque Dios es ese niño que disfruta golpeando el cristal de la pecera. Sufrimos como alimañas en este valle de lágrimas que es la vida y encima cuatro señores con alzacuellos y delirios de grandeza nos exigen sumisión, penitencia y trabajo duro. Que suframos ahora para que se nos recompense tras la muerte, en el cielo. Joder, menudo planazo, ¿a quién no iban a convencer con eso? A mí y a cualquiera con un poco de sentido común. Aunque el sentido común no parece abundar en el mundo y menos estos días: Semana Santa. No busquéis sentido común en esa maraña de gente que llora viendo cómo baila un muñeco de madera, o en esos genios que deciden que tiene todo el sentido del mundo andar descalzo por la calle clavándose cada piedra del camino por haber hecho una promesa o para pedir perdón, o esos otros personajes que, en un alarde de inteligencia, cogen un látigo y se fustigan hasta desfallecer. Qué bonito y qué turístico. Pero cuando vemos una tribu africana dilatándose el cuello o escarificándose la piel, no dudamos en llamarles salvajes porque en qué cabeza cabe provocarse dolor a uno mismo en un ritual de magia. Si Dios existe me tendrá que explicar por qué un ser omnibenevolente permite muerte, dolor, asesinatos, violaciones, genocidios, casos de pederastia en la Iglesia... aquí es cuando te rebaten que Dios vive en una eterna lucha con Satán. Pues vaya mierda de Dios, para eso adoro al Dr Manhattan, que mataría al diablo con pestañear. Prefiero no creer en él, y si existe (como argumentan los que se aferran a la indemostrabilidad de su no existencia como si fuera algo lo suficientemente convincente como para entregarle su vida) prefiero pasar la eternidad en el infierno.

Hemos creado un héroe y se ha convertido en un monstruo. Necesitábamos algo con qué infundir miedo en cuatro tribus judías y darles un sencillo manual de 10 normas absurdas que cumplir para tenerlos adoctrinados y se nos fue de las manos con tanto librito a cada cual más macabro hasta que llegamos al Nuevo Testamento, donde Dios parece recapacitar y decide enviar a Jesús con un mensaje de bondad en vez de uno de represión, pero se le fue de las manos a los escritores de esta exitosa ficción, les pudo el sadismo y resulta que Dios en realidad seguía siendo malo y al final mata al prota. Siento el spoiler si os enteráis ahora, pero tranquilos que luego hacen Jesucristo 2: Resurrección Letal.
Hemos sido un enorme rebaño de ovejas que necesita un pastor porque no confiamos en nuestra propia inteligencia y en cuanto vemos algo demasiado bello nos da miedo no entenderlo. Necesitamos que alguien nos diga por dónde ir y que mientras nos crezca lana todo irá bien. Es una relación de simbiosis entre una minoría que sabe lo que hay y decide disfrutar, y una mayoría a la que parece que le gusta sufrir y taparse los ojos ante la realidad. Nos creamos ilusiones para no aceptar que la vida en una mierda y que no hay nada después; y en realidad es el momento en que aceptas que somos la misma materia orgánica en descomposición cuando te das cuenta de las maravillas de la vida, del carpe diem, de que somos el compuesto químico que ha creado naves espaciales, que ha curado numerosísimas enfermedades, que ha conseguido conectar a casi cualquier persona del planeta, que una tenue señal eléctrica dirige nuestro cerebro para construir puentes, murallas zigzagueantes que cruzan continentes enteros... hemos divido putos átomos.

Somos una raza que poco a poco se va quitando la venda de los ojos para observar el precioso amanecer.